domingo, 30 de diciembre de 2012
Una espina. Una espina clavada en el dedo. Al cortar una rosa. Sangra y esa sangre es dulce. Es dulce porque es de placer. Placer de coger la rosa, saborear su olor. Olor suave pero intenso. Intenso porque la rosa es delicada y a la vez hermosa y desprende un precioso aroma. Aroma que embriaga y envenena. Envenena a los osados que se atreven a tocarla. Y que al tocarla se dañan con su escudo. Escudo que la protege del mal, de los malos. Malos que atacan a todas las rosas y las arrancan, despojándolas de su vida natural y ofreciéndoles vida artificial. Vida artificial que hace feliz a muchas y a quizá a unos pocos. Esos pocos románticos que ni siquiera existen. Existencia sabia porque amar es amor a la vez que dolor. Dolor del que podríamos protegernos con espinas, para no dejarlo penetrar, para pinchar y evitar que eso suceda.
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