Sí, sí, unos patines. Es igual aprender a patinar que aprender a vivir. Recientemente, he vivido la experiencia del patinaje sobre hielo. Nunca en mi vida me había montado sobre patines, ni de cuatro ruedas, ni en línea y mucho menos sobre hielo.
Claro, la sensación de inseguridad es total, hacía mucho tiempo que no pensaba que me iba a matar tantas veces seguidas. Es bastante angustioso ver cómo tus pies no responden a tus órdenes, y que ni siquiera tienes control sobre tu propio cuerpo.
Todo está en la mente. Es cierto que hay que aprender a mantener el equilibrio, pero si piensas que puedes hacerlo, es mucho más sencillo. Si te quedas siempre agarrado a la valla pensando que caerás, nunca se aprende a patinar. Ayer me caí, me levanté, me volví a caer unas diez veces más, pero me volví a levantar, y al final decidí no agarrarme a la valla e intentar moverme yo sola.
La vida es igual. Si te mueves siempre al lado de la valla, nunca aprendes a patinar. Si tienes miedo a caerte, nunca podrás levantarte, si te quedas en la zona segura, nunca aprenderás a moverte. Da miedo soltarse, mucho miedo, pero una vez que te sueltas, sientes la libertad de no depender de nadie ni de nada, la libertad de depender de ti mismo, y entonces es cuando las caídas han merecido la pena.
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