lunes, 9 de septiembre de 2013

viernes, 6 de septiembre de 2013

Lluvia de verano

Levanto la nariz. Ese olor, ese olor me suena. No, era mi imaginación. No es posible, no estoy tan loca. O quizá sí. Supongo que todos estamos un poco mal de la cabeza, nos falta un tornillo, o un par de ellos cuanto menos. ¿Por qué caemos, recaemos y volvemos a caer en la misma piedra? Qué seres humanos tan estúpidos.

Lo que más me molesta de todo es que seamos falsos. Sí, la sinceridad la valoro por encima de cualquier otra cosa. ¿Por qué nos empeñamos en mentir? ¿Por qué tenemos que fingir, todo el rato?
No quiero seguir fingiendo. Esa que no ves, no soy yo. Esa ausencia no es de mi cosecha, algún otro se la ha inventado. Es que, claro, es muy propio de los cobardes desaparecer. Todos podemos ser cobardes alguna vez, pero yo no lo soy, no sé por qué me he dibujado así esta vez. Creo que lo complicamos todo más de la cuenta. Como los auriculares cuando se enredan dentro del bolsillo, así mismo se sienten mis neuronas: enmarañadas.

Menos mal que cada vez que vengo me vuelvo a encontrar a mí misma. Sería terrible perderme definitivamente. Y es que cuando no estoy aquí, me pierdo. Sí, dejo de saber quién soy, olvido mis metas y me vuelvo una persona mucho menos valiente, menos luchadora, y lo más más importante, menos soñadora. Se me había olvidado soñar, había hasta olvidado cuánto me gusta La Oreja de Van Gogh.

Y es que sí, mira que tienen canciones ñoñas, ¿y qué?, ¿quién ha dicho que no puedo esperar a mi príncipe azul?, ¿quién ha dicho que no puedo llorar y recordar?, ¿quién ha dicho que no puedo ser romántica? Soy todo eso y mucho más, y sobre todo soy soñadora. Sí, una soñadora nata, de esas que se pierden en un mundo feliz y que aspiran a volar por encima de las nubes y tocar la luna con los dedos. No es ninguna barbaridad, supongo que cuanto más alta sea la meta, más lejos me llevará el camino, y a mí me encanta viajar. También me encanta ilusionarme, es una actividad preciosa. Qué pena de aquellos que no lo consiguen, quizá tienen demasiados prejuicios, quizá no se ilusionan por miedo a que el golpe de la desilusión sea más fuerte. Uff, mira que me he dado golpes, y bien fuertes, pero ,já, vivita y coleando he salido de ellos. Las sonrisas han compensado las lágrimas, y viceversa, y lo que uno aprende de sus errores, no tiene precio, no lo cambiaría por nada.

Creo que la clave está en reír, llorar, amar, echar de menos... porque solo así se vive con intensidad, solo así nace la ilusión, esa que te atrapa, te trasforma, te deja caer, te hace rebotar, te aniquila, con la que renaces de tus propias cenizas.
Vive, vive ahora que puedes, con toda la fuerza que se te ocurra, con todo el amor que puedas desprender, con toda la energía que puedas emitir y con todo el odio que sepas esconder. Nuca sabemos qué pasará mañana.

Cuántos cuentos cuento.

http://www.youtube.com/watch?v=AJekLf0Gn2U

Y es que a veces no puedo evitar que se escapen volando mis mil mariposas que sueñan contigo a diario. Mi indulgencia les abre la celda y te besan llorando si prometen que en segundos volverán a la realidad.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Indignación máxima

No hay derecho.

No hay derecho a mitigar la guerra con armas.
A que la gente tenga que abandonar sus hogares.
A que vivan para siempre exiliados.
A que pierdan a sus hijos, madres, padres, hermanos, primos, abuelos, amigos.
No hay derecho a que decidan por nosotros.
A que mientan sobre la realidad.
A que nos cuenten historias que solo ellos se creen.
A que legitimen un ataque con pruebas inventadas.
No hay derecho a invadir otro país.
A robarle con vileza sus recursos.
A matar a sus ciudadanos.
A dejarles morir de hambre.
No hay derecho a hacernos ver lo que no es.
A culpar siempre a los mismos.
Los que no tienen culpa de nada.
Los que son víctimas de las salvajadas cometidas durante años.

No hubo derecho a que dibujaran sus líneas en el mapa como si aquello fuera un mero juego de niños, y no hay ni habrá derecho a que se sigan entrometiendo en sus vidas, para causar cada vez más y más daño.

Vaya mierda de mundo en el que vivimos.

martes, 3 de septiembre de 2013

CDP

Adiós, verano. Hola, septiembre.
Como siempre, cargado de sorpresas e incertidumbres. Mes odiado y deseado. 
Odio septiembre porque empieza el otoño, con su frío, sus hojas secas, su adiós.
Me encanta septiembre porque me abre la puerta: a otro país, a otra ciudad, a otro trabajo, a otra vida.
Siempre es así, siempre ha sido así durante los últimos años. Siempre novedad, siempre cambio. 

Qué bonito es el cambio y qué triste se presenta a veces. Por mucho que aborrezca a mi querido pueblo perdido en una esquinita de Extremadura, siempre me da pena irme. 
Aquí tengo lo que resiste al cambio. 

Estas benditas cuatro paredes de mi habitación con mi armario rosa, mi cama, mis paredes lilas, mis peluches, mis diccionarios, mis muñecas de porcelana. ¡Cómo me gusta mi habitación! Aquí he estudiado hasta la exasperación, he leído hasta aburrirme, he cantado hasta quedarme ronca, he llorado hasta agotar mis lágrimas. No me siento igual en ningún otro sitio, no me siento tan arropada. 
Mis otras habitaciones han resultado frías e inhóspitas. Claro, que ya me encargaba yo de decorarlas todo lo posible con miles de fotos y florecitas. Fotos. FOTOS. 

Eso también resiste al cambio, las fotos. Menudo invento. Eso de teletransportarte unos milisegundos al momento previo de tomar la foto no tiene precio, es mejor que cualquier película incluso si la acompañas con palomitas. Estar a miles de kilómetros de tu casa, en otra habitación, y mirar esos trozos de papel satinado con caras conocidas, con recuerdos escogidos... tiene un valor incalculable. Las horas que habré pasado delante de mi pared de Birmingham contemplando mis recuerdos.

Recuerdos que allanan un poco el camino nuevo, que al principio parece tortuoso, lleno de piedrecitas y pedruscos, con fango por el camino. Gracias, recuerdos míos, por no haberme dejado sola y por haberme acompañado por tantos senderos nuevos, pedregosos y tortuosos. 

Por eso no puedo odiar a CDP, porque aquí se afincan la mayor parte de esos recuerdos, y porque aquí aprendí a caminar por el campo asilvestrado y a esquivar las piedras del camino. 

No podemos olvidar nuestras raíces, no debemos hacerlo.