miércoles, 22 de agosto de 2012


“Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”.
Si levanto la vista de la pantalla del ordenador, veo las puntas de los dedos de los pies al lado de Tuki, mi perro rosa, el regalo de graduación más chachi del universo. Me preguntó qué será de la amiga que me lo regaló y la imagino en la playa de San Sebastián, en Francia, en Navarra… me gustaría verla. Pero tengo a Tuki. Él me recuerda a ella. 
Qué seriamos sin todas esas cosas que nos recuerdan a los demás. Ahora estoy escuchando a Joaquín Sabina cantar “Contigo”. Esa canción también me trae recuerdos y cada vez que la escucho descubro algo nuevo. Igual que cuando miramos una carta, un peluche, una foto… recuerdos que nos hacen recordar cada vez algo nuevo, que nos dibujan sonrisas y nos exprimen lágrimas… 
Tengo mi habitación llena de recuerdos, por eso me gusta. Esas habitaciones peladas, acerbas, sin vida, con paredes blancas … no te invitan a entrar en el mundo de los sueños. No se puede tener ni una buena pesadilla, ¿Dónde está ese recuerdo que odias pero que sin quererlo se cuela en la habitación? Los recuerdos son a veces como las malas hierbas, por más que quites los que no te gustan, ahí están, vuelven a aparecer. Es difícil echarlos de tu habitación y de tu mente. Todo, absolutamente todo en mi habitación tiene una historia: tengo un Leprechaun verde de Irlanda que  me recuerda mi primer viaje al extranjero, con  aventuras incluidas; un cuadro que me regaló la madre de mi mejor amiga cuando era pequeña de un payaso muy simpático (todavía recuerdo el olor a colonia que tenía cuando me lo regaló, mi mejor amiga le perfumó con su frasco favorito); tengo a Tuki; a A2; a Winnie; mi bolso de MADRID; mis diccionarios de todos los idiomas y especialidades; el libro de Manolito Gafotas “Yo y el Imbécil”  (gracias Elvira Lindo por regalarme una infancia feliz); mi luna con bruja y escoba americanoides hallowineses; mi banderita de EEUU (solo por los recuerdos)… y un laaaaaaaaaaaargo etc. Hasta mi cama y mi armario me traen recuerdos de cuando obtuve mi independencia habitacional. AH! Y el gorro de Marrakech; y un globo que dice “Happy Birthday” y un cuadro de Minnie Mouse en cristal. 
Recuerdo cuando yo y mi mejor amiga de aquel entonces (¿alguien se ha parado a pensar cuantos mejores amigos hemos tenido y con cuántos nos seguimos hablando?) fuimos a la carpintería a por el cristal, y a por el Aladdin aquel con el que se limpiaban los cacharritos dorados, y el destornillador con el que raspaba la parte de atrás del cristal, y la pintura para colorear las orejas de Minnie… y ya paro de recordar.
Me gustan los recuerdos, aunque a veces me gustaría perderme en ellos, y eso es peligroso. Eso me hace ser un poco vulnerable a las distancias y los cambios, y vivir de una filosofía poco actual, hay veces que me gusta aquella de “Cualquiera tiempo pasado fue mejor” que la de “Carpe Diem”… creo que acabo de entender por qué mis costumbres sociales están un poco oxidadas.
Los recuerdos también se oxidan, hay algunos que tienen tanto óxido que solo los recordamos a cachos. Y a veces parece que el cacho más chachi es el que se ha chamuscado.  Pero otros recuerdos vendrán, que alimentarán esos momentos en los que no tenemos nada especial que hacer, o esos otros en los que, de repente, sin previo aviso, nos quedamos absortos y teletransportamos a nuestro yo interior a aquel beso, sonrisa, mirada, sabor, olor… con los que despegamos y aterrizamos en cuestión de segundos, como las mariposas, las luciérnagas y las cometas.

viernes, 3 de agosto de 2012


Coger la maleta siempre es complicado, sobre todo si sabes que te vas para nunca más volver. Al menos, volver a la vida que tenías antes. 
Después de que te embarcas en la gran aventura de tu vida ya no sabes muy bien a qué llamar tu casa, pues has tenido unas cuantas, no sabes bien quiénes son tus amigos, pues de repente conoces a mucha gente nueva, y sientes una especie de desubicación que no se resuelve hasta pasados unos meses. 
El primer año que salí de casa fue bastante duro. Volvía muy a menudo, porque mi abuelo estaba malito y porque quería ver a mi familia y a mis amigas. Las cinco horas de viaje se me pasaban muy rápido, y ya no digamos las de la vuelta, esas se pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Madrid me gustaba, pero no era mi ciudad, y eso me hacía sentir extraña y desprotegida. 
El tiempo fue pasando y cada vez me fui acostumbrando más, cada vez fui creando más mi espacio allí y fui desdibujando el que tenía aquí, hasta tal punto que hoy apenas lo reconozco. 
Tampoco reconozco otras muchas cosas. Mis amigas, entre otras. Parecía que nos íbamos a separar nunca, pero siempre que te alejas de alguien no solo se interponen los kilómetros. Cada una íbamos creciendo en una dirección diferente, yo por un lado, ellas por otro. Al principio no lo sabía, no entendía por qué de repente mi mundo de aquí se estaba transformando poco a poco. 
Es bastante triste ver cómo no puedes crear lazos en ningún sitio y cómo los pocos que tenías se rompen. Cuando estás entre Pinto y Valdemoro no te da tiempo a formar una bonita bola de cristal. Formas un poco de una bola en Pinto y otro poco de otra bola en Valdemoro y no acabas nunca de terminarlas. 
Ahora el viaje entre mis dos bolas de cristal se hace bastante largo, especialmente el de ida. Me entran ganas de coger mis dos o tres cositas de la bola de Pinto para llevármelas a la bola de Valdemoro. Aunque eso no puede ser. Tengo que conformarme con ver cómo una bola se deshace y cómo otra está estancada esperando a que la rellene, sin yo saber muy bien cómo hacerlo.
Y mientras tanto ahí me encuentro, sola en medio de dos bolitas de cristal, sin nieve ni estrellitas aún que puedan volar cuando las agito. Y preguntándome por qué hay momentos en los que uno se siente extraterrestre en su propia bolita de cristal y por qué algunos de verdad te miran  como si fueras un verdadero ser del espacio  exterior solo por haber estado ausente un tiempo. No lo entiendo. 
Y menos entiendo aún como personas que un día se consideran importantes, pueden sacar el puñal cual Chucky el muñeco diabólico, y esperar para clavártelo cuando menos te lo esperes. 
Lo peor es que esas personas con complejo de Chucky pueden poner de su lado a otras muchas y formar un ejército con pequeños muñecos malévolos... Me da miedito en realidad, no consigo encontrar la forma de derrotar al maldito Chucky, ni de plantarle cara, no soy capaz de hacerme con un ejército de rebeldes, estoy yo sola en el frente de batalla y nunca he peleado contra los malos.




miércoles, 1 de agosto de 2012






-¿Perro o gato?
-¿Qué?
-Que si eres más de perro o de gato.
Siempre que me hacen esta pregunta se presenta el mismo dilema:
-A mí me gustan los dos!!!Bueno espera, mmmm los gatos son muy monos pero un poco convenidos. Perro.
No es que seamos más de perros o de gatos, es que las personas somos o perros, o gatos… aunque también hay algún que otro insecto y reptil por ahí perdido, pero creo que todo el mundo podría ser, aparte de humano, perro o gato. Simplemente.
Nos gustan más unos u otros no porque sean más monos, sino porque nosotros hacemos el mono como ellos. Sí sí. Los que somos fieles, cariñosos prácticamente todo el tiempo (menos cuando nos cabrean), que estamos ahí cuando nos llaman meneando la colilla y felices al ver a nuestros amos, somos perros. Los que son fieles cuando quieren, cariñosos cuando les apetece, que solo ronronean cuando tienen ganas y que te hacen caso normalmente cuando escuchan la lata del whiskas, son gatos.
Yo soy más de perro, así que soy un perro. No es que mi perro sea el más bonito del mundo, que también, sino que sus valores se parecen un poco más a los míos. (Sí. Los perros tienen valores). Además también influye el tamaño del perro, por ejemplo, los perros grandes suelen ser más tranquilos, más confiados, en cambio, los pequeños suelen ser más revoltosos y ruidosos, más desconfiados, se piensan que metiendo ruido van a solucionar los males del mundo. Pues eso, como nosotros. Yo soy pequeñita, como mi perro, y cuando me molestan me cabreo, como él, pero tampoco es que vaya a más la cosa, simplemente hay que mostrar de alguna manera que aunque la talla no sea muy grande, también tenemos voz y voto.
Creo que las personas perro no nos llevamos bien con los gatos. Jo, yo estuve viviendo con un gato que pasaba de mí. Le llamaba y no venía, cuando le pillaba desprevenido le cogía y le achuchaba y él salía corriendo. ¡Qué arisco! En cambio, su verdadera dueña se llevaba con él de maravilla, se entendían a la perfección. Será que era una dueña gato.
Dicen que perros y gatos se llevan mal, no olvidemos la expresión: ¡Os lleváis como perros y gatos! Esa expresión se aplica a las personas, entonces, ¿no se puede llevar bien una persona perro con una persona gato? Yo creo que sí, porque como además de ser perro y gato somos seres racionales podemos obviar un poco esas diferencias.  Aunque no siempre se consigue, cuando dejamos de actuar como seres civilizados y racionales es cuando se aplica la expresión anterior.
Me da igual si sois perros o gatos, sabré comportarme y apreciar las diferencias, aunque a veces suelte algún ladrido que otro.