Cogió un libro y se puso a leer, como tan a menudo hacía. A mí me gustaba contemplarle. Ver cómo pasaba las páginas. Sentir el ruido del viento contra el cristal. Escuchar el crepitar del fuego en la chimenea. Creer estar, por fin, en casa.
Cuando me aburría de mirar, Le arrebataba el libro de entre las manos para que se fijara en mí. Para que mirásemos el fuego juntos, para que nos resguardáramos del frío y desde la ventana dibujáramos castillos en las nubes.
Siempre sonaba el despertador en el mismo momento.
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