Adiós, verano. Hola, septiembre.
Como siempre, cargado de sorpresas e incertidumbres. Mes odiado y deseado.
Odio septiembre porque empieza el otoño, con su frío, sus hojas secas, su adiós.
Me encanta septiembre porque me abre la puerta: a otro país, a otra ciudad, a otro trabajo, a otra vida.
Siempre es así, siempre ha sido así durante los últimos años. Siempre novedad, siempre cambio.
Qué bonito es el cambio y qué triste se presenta a veces. Por mucho que aborrezca a mi querido pueblo perdido en una esquinita de Extremadura, siempre me da pena irme.
Aquí tengo lo que resiste al cambio.
Estas benditas cuatro paredes de mi habitación con mi armario rosa, mi cama, mis paredes lilas, mis peluches, mis diccionarios, mis muñecas de porcelana. ¡Cómo me gusta mi habitación! Aquí he estudiado hasta la exasperación, he leído hasta aburrirme, he cantado hasta quedarme ronca, he llorado hasta agotar mis lágrimas. No me siento igual en ningún otro sitio, no me siento tan arropada.
Mis otras habitaciones han resultado frías e inhóspitas. Claro, que ya me encargaba yo de decorarlas todo lo posible con miles de fotos y florecitas. Fotos. FOTOS.
Eso también resiste al cambio, las fotos. Menudo invento. Eso de teletransportarte unos milisegundos al momento previo de tomar la foto no tiene precio, es mejor que cualquier película incluso si la acompañas con palomitas. Estar a miles de kilómetros de tu casa, en otra habitación, y mirar esos trozos de papel satinado con caras conocidas, con recuerdos escogidos... tiene un valor incalculable. Las horas que habré pasado delante de mi pared de Birmingham contemplando mis recuerdos.
Recuerdos que allanan un poco el camino nuevo, que al principio parece tortuoso, lleno de piedrecitas y pedruscos, con fango por el camino. Gracias, recuerdos míos, por no haberme dejado sola y por haberme acompañado por tantos senderos nuevos, pedregosos y tortuosos.
Por eso no puedo odiar a CDP, porque aquí se afincan la mayor parte de esos recuerdos, y porque aquí aprendí a caminar por el campo asilvestrado y a esquivar las piedras del camino.
No podemos olvidar nuestras raíces, no debemos hacerlo.
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