Y es entonces cuando te das cuenta de que si alguien te quiso alguna vez, no te hizo sufrir. Te trató como una persona y no como un cuerpo sin corazón. Te pidió perdón. Se acordó de rescatarte del abismo. Supo anteponerte a ti antes que al egoísmo que rezuma del alma humana. Ese egoísmo que nos invade a todos y cada uno de nosotros pero que si no controlamos bien puede explotarnos en nuestro propio corazón.
Y llevarnos por caminos por los que andamos solos frente al mundo, porque nadie más importa. En ese camino nos topamos con piedras, flores, ardillas, cascanueces, orugas, árboles de colores, murciélagos y arco iris, pero no los podemos disfrutar con nadie, más que con nosotros mismos.
Qué bonito es compartir la alegría y la pena con los demás, qué paz da saber que alguien estará ahí encantado de escucharte, qué hermoso es confiar y ser confiado y qué pronto podemos romper esas maravillas si no las cuidamos.
Qué triste es no mimar estas delicadezas de la vida.
Qué daño se hace.
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