viernes, 3 de agosto de 2012


Coger la maleta siempre es complicado, sobre todo si sabes que te vas para nunca más volver. Al menos, volver a la vida que tenías antes. 
Después de que te embarcas en la gran aventura de tu vida ya no sabes muy bien a qué llamar tu casa, pues has tenido unas cuantas, no sabes bien quiénes son tus amigos, pues de repente conoces a mucha gente nueva, y sientes una especie de desubicación que no se resuelve hasta pasados unos meses. 
El primer año que salí de casa fue bastante duro. Volvía muy a menudo, porque mi abuelo estaba malito y porque quería ver a mi familia y a mis amigas. Las cinco horas de viaje se me pasaban muy rápido, y ya no digamos las de la vuelta, esas se pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Madrid me gustaba, pero no era mi ciudad, y eso me hacía sentir extraña y desprotegida. 
El tiempo fue pasando y cada vez me fui acostumbrando más, cada vez fui creando más mi espacio allí y fui desdibujando el que tenía aquí, hasta tal punto que hoy apenas lo reconozco. 
Tampoco reconozco otras muchas cosas. Mis amigas, entre otras. Parecía que nos íbamos a separar nunca, pero siempre que te alejas de alguien no solo se interponen los kilómetros. Cada una íbamos creciendo en una dirección diferente, yo por un lado, ellas por otro. Al principio no lo sabía, no entendía por qué de repente mi mundo de aquí se estaba transformando poco a poco. 
Es bastante triste ver cómo no puedes crear lazos en ningún sitio y cómo los pocos que tenías se rompen. Cuando estás entre Pinto y Valdemoro no te da tiempo a formar una bonita bola de cristal. Formas un poco de una bola en Pinto y otro poco de otra bola en Valdemoro y no acabas nunca de terminarlas. 
Ahora el viaje entre mis dos bolas de cristal se hace bastante largo, especialmente el de ida. Me entran ganas de coger mis dos o tres cositas de la bola de Pinto para llevármelas a la bola de Valdemoro. Aunque eso no puede ser. Tengo que conformarme con ver cómo una bola se deshace y cómo otra está estancada esperando a que la rellene, sin yo saber muy bien cómo hacerlo.
Y mientras tanto ahí me encuentro, sola en medio de dos bolitas de cristal, sin nieve ni estrellitas aún que puedan volar cuando las agito. Y preguntándome por qué hay momentos en los que uno se siente extraterrestre en su propia bolita de cristal y por qué algunos de verdad te miran  como si fueras un verdadero ser del espacio  exterior solo por haber estado ausente un tiempo. No lo entiendo. 
Y menos entiendo aún como personas que un día se consideran importantes, pueden sacar el puñal cual Chucky el muñeco diabólico, y esperar para clavártelo cuando menos te lo esperes. 
Lo peor es que esas personas con complejo de Chucky pueden poner de su lado a otras muchas y formar un ejército con pequeños muñecos malévolos... Me da miedito en realidad, no consigo encontrar la forma de derrotar al maldito Chucky, ni de plantarle cara, no soy capaz de hacerme con un ejército de rebeldes, estoy yo sola en el frente de batalla y nunca he peleado contra los malos.




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