jueves, 22 de marzo de 2012

Beirut, pólvora y jazmín

Vivir en Beirut es desafiarse a sí mismo; vivir en Beirut es arrastrarse por el hondo placer de la subversión, rodeándose al mismo tiempo de la más afectuosa seguridad.
Nadie que haya vivido en Beirut ha renunciado a esta ciudad: ni los libaneses, ni los extranjeros. En Damasco, en París, en Atenas, la nostalgia de Beirut es incurable.
Nadie puede explicar Beirut, aprehenderlo, fijarlo en una cartulina como fija el entomólogo un insecto raro con una aguja. Nadie puede entender que en esta ciudad desahuciada aún la vida tenga, quizá más que en ningún otro lado, suavidad, ternura. Al querer definirla a toda costa han abusado del calificativo de "surrealista". "Capital del surrealismo" la llamé hace mucho tiempo.
Beirut, por todo esto, porque estalla en el aire como un castillo de fuegos artificiales, y queda agarrada firme en la orilla del mar, porque es la frontera entre todos los sentimientos y eso tan superficial que son las ideas, porque es el infierno, la imaginación, la ternura y la esperanza. Beirut, porque cada día parece morirse irremisiblemente y surge después en otra aurora roja, porque todos la desahucian y nadie la arranca de su corazón Beirut es, y no la he elegido, mi ciudad.

Tomás Alcoverro.
De Beirut a Bagdad: 30 años de crónicas


Aparte de la miel, hay más razones para venir a Beirut :)

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