Iba caminando por medio de la ciudad. Escuchaba el claxon de un coche, el rugido de una moto, el murmullo a voces del gentío. Miraba hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Seguía caminando.
Un señor con sombrero le preguntó la hora. Se limitó a mover la cabeza. Siguió caminando.
Una señora de ojos verdes le pidió que le indicara el camino a un museo. Volvió a mover la cabeza. Siguió caminando.
De repente, las lágrimas brotaron de sus ojos, silenciosas. Se cruzó con un niño que no podía dejar de mirar sus lágrimas. El niño le preguntó qué le pasaba. Una vez más movió la cabeza, pero esta vez señaló al corazón.
El niño se acercó al corazón y se puso a escuchar. El corazón estaba gritando palabras impronunciables por su voz.
Aunque era pequeño lo comprendió y le quitó la mordaza. En ese mismo instante, el niño se hizo mayor.
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